La mano de la buena fortuna by Goran Petrović

La mano de la buena fortuna by Goran Petrović

autor:Goran Petrović
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Drama
publicado: 2000-08-09T22:00:00+00:00


36

De página en página, Nathalie Houville se iba adentrando con Anastas Branica en las vastedades de cualquier campo. De una página a la otra, la distancia entre ella y el joven se iba reduciendo. Aunque ella estaba sentada en Senjak y él en su casa en Gran Vračar, aunque jamás se habían encontrado en persona, se volvían cada vez más cercanos, tan cercanos que sólo él escuchó cuando por encima de miles de techos de Belgrado, por encima de media capital de ese enigmático país balcánico, a través del bullicio de un día de junio, se le escapó irreflexivamente o, tal vez, sólo lo deseó o pensó con más celo:

—Anastas, béseme...

¿Sucedería de verdad? ¿Sería aquél realmente su primer beso? ¿Un verdadero beso? ¿O ella sólo estaba soñándolo, imaginándolo? Se sentó ante su tocador con espejo móvil, explorando su rostro en busca de algún cambio. No tuvo que ir más allá de los ojos. Ahí estaba todo.

—Attendez! Sus pupilas brillan demasiado, a partir de ahora no vamos a pedir las novelas de amor en la sala de lectura; evite esas futilidades, no quiero que se decepcione cuando conozca la diferencia entre la vida y la literatura. Para este fin de semana, a más tardar, haré una lista de lecturas obligatorias que tendrá que estudiar para la siguiente visita del señor Champain... —Madame Didier miraba fijamente a su pupila esa tarde, con los ojos entornados.

—Anastas, ella, esa mujer, nos lo va a prohibir, no vamos a poder vernos... —Leía al día siguiente Nathalie Houville desde el lugar del beso, leía y sollozaba asustada por la posibilidad de encontrarse sola de nuevo en un mundo de ideas limitadas e interiores tristes, en un mundo de naturalezas muertas, tablas, columnas de porcentajes y milésimas.

—Ya se nos ocurrirá algo... —Él le tendió la mano y posó sus dedos en los labios de ella—. No se preocupe, ya se nos ocurrirá algo...

Y efectivamente, lo logró. A menos de una hora de la habitual llegada semanal de Nathalie Houville y madame Didier, él aparecía en la sala de lectura franco-serbia en la calle Knez Mihailova, con el saco abrochado para que no se viera su forro, aparentaba explorar seriamente los estantes, hojeaba algo por aquí, algo por acá, y cuando el supervisor volvía la cabeza hacia otro lado, dejaba una carta exactamente en el libro escogido según la lista de la preceptora, una carta cuya copia se quedaba en su escritorio. Menos de una hora después de que el joven de bigote y barba de pelusa se retiraba de la sala de lectura franco-serbia en la calle Knez Mihailova, allí llegaba la hija del ingeniero Houville con la inevitable compañía de madame Didier, cerraba su paraguas o sombrilla y amablemente pedía el título seleccionado para la lectura de la semana siguiente, el título que contenía la copia de la carta de Anastas. De hecho, éste cada noche ponía frente a sí, en la casa de Gran Vračar, dos hojas de papel dobladas, las cortaba y llenaba con



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